Del escritorio de Torjo Sagua

No soy una persona religiosa, en el sentido de creer que una entidad suprema es la causa definitiva de la existencia del planeta en el que vivimos, o del enorme Universo del cual nuestro mundo es solo una diminuta fracción. Tampoco soy un deísta. En otras palabras, no soy alguien que cree como mínimo en la existencia de un Creador ni mucho menos que esa entidad esté al pendiente de los asuntos humanos. De hecho, he de confesar que soy más bien del tipo agnóstico (No en el sentido filosófico del término, sino más bien como un ateo cortés). Para todos mis lectores, que son verdaderos creyentes, les pido que no interpreten esto de manera hostil o agresiva. No creo que la fe o el mantener creencias sea una tontería, es más, acepto que puedo estar equivocado en mi percepción, solo que simplemente aún no estoy convencido de que mi postura sea errónea. Ciertamente no tengo la necesidad de discutir la diferencia entre el ateísmo y agnosticismo, solo ilustraré el concepto que utilizo para definirme, de la siguiente manera:

 Creyente: Dios creo el Cielo y la Tierra.

Agnóstico: Demuéstralo.

 Ateo: No hay forma de que Dios exista.

Agnóstico: Demuéstralo.

Esto no signifique que no me maraville ante los gloriosos eventos que observo con el transcurrir del tiempo, como la presencia de un arcoíris en el cielo, por ejemplo. Claro está que, en lugar de imaginar que al ‘final del arcoíris’ hay duendes bailando alrededor de una olla de oro, pienso más en la razón del porque se creó tan maravilloso efecto óptico, considerando las leyes físicas y matemáticas que lo soportan.

Para algunos, la sola mención de física o matemáticas les pueden traer memorias no placenteras de las clases de educación básica (Si, lo sé fieles lectores, ustedes no pertenecen a ese sector), junto con el sentimiento de que las materias técnicas carecen de alguna manera de compasión, la comprensión y el perdón, el amado confort de un Dios que todo lo perdona. El mundo sin duda es un lugar duro, y el concepto de un Dios que ofrece un refugio emocional de aquello que de otra manera simplemente es la ‘brutal’ existencia desde el nacimiento hasta la muerte. Para los denominados animales irracionales el universo quizá sea solo “sangre en los dientes y las garras” pero para las criaturas ‘con alma’ (La única posesión de los humanos, según algunas creencias populares) debe haber algo más allá de las frías y moralmente neutras leyes de las matemáticas y física. O eso es lo que muchos creen.

Una persona que sin duda se habría sentido así fue el famoso ensayista Charles Lamb, en la denominada “Cena inmortal,” una fiesta ofrecida el 28 de diciembre de 1817 en la casa del pintor inglés Benjamin Haydon. Haydon la describió modestamente como “una noche digna de la época Isabelina… con Cristo colgando sobre nosotros como una visión “Con luminarias tales como los poetas Wordsworth y Keats. Esa noche, Lamb ‘atacó’ un retrato de Isaac Newton describiendo a Newton como “Un tipo que no cree en nada menos que sea tan claro como los tres lados de un triángulo, y que había destruido toda la poesía del arco iris al reducirlo a colores prismáticos”.

Lamb fue descrito por Haydon como haber sido “deliciosamente feliz” justo antes de que hiciera su crítica, y supongo que significaba que estaba completamente ebrio. Y, uno de los compañeros de cena más jóvenes de Lamb fue influenciado en gran medida por sus palabras, así que 3 años después, John Keats replicó el sentimiento en su poema Lamia, donde encontramos las siguientes palabras:

“…  ¿No todos los encantos vuelan

En el simple toque de la fría filosofía?

Había una vez un terrible arcoíris en el cielo:

Sabemos de su trama, su textura; se le da

En el catálogo aburrido de las cosas comunes.

La filosofía cortará las alas de un ángel,

Conquistará todos los misterios por reglas líneas,

Vaciará el aire encantado…

Desenlazará el arcoíris…”

Mucho mejor, a mi parecer, son las palabras del poeta inglés William Wordsworth (Escritas en 1802, años después de asistir a la llamada Cena Inmortal):

“Mi corazón salta cuando contemplo

Un arcoíris en el cielo;

Así fue cuando comenzó mi vida;

Por lo que es ahora que soy un hombre;

ya sea cuando envejezca;

¡O cuando me muera!

El niño es el padre del hombre;

Y pude desear que mis días sean

Enlazados a cada uno por la piedad natural”.

En una historia de ciencia ficción de 1954 “The Cold Equations” de Tom Godwin, el conflicto de la física contra la poesía fue fuertemente ilustrado en una manera que muchos encontraron, digamos, ‘chocante’. La historia completa se desarrolla en la cabina de un EDS (Emergency Dispatch Ship – Unidad de Traslado de Emergencia) transportando una carga de suministros médicos requeridos urgentemente para una colonia establecida en un planeta remoto en la frontera de la galaxia. El vehículo solo tiene el combustible justo para realizar el viaje con el cargamento esperado (Si se tiene una cantidad inferior de combustible o si se excede un poco la carga útil, el EDS no cumplirá el viaje). Durante el trayecto, el piloto descubre que tiene un polizón a bordo, una jovencita que se coló para ver a su hermano, quien es uno de los colonos.

Ella sabía que su accionar era incorrecto, pero había pensado que simplemente sería regañada o quizá sancionada económicamente. En lugar de eso, el piloto le indica que está en mayores problemas. No hay posibilidad de que la EDS regrese a la base, ya que fue lanzada desde una nave nodriza desde el hiperespacio que brevemente se estableció en el espacio normal para que la EDS iniciara su camino. La nave nodriza entonces, regresó al hiperespacio. La EDS solo tenía un camino a seguir, a la colonia. Pero no podría lograrlo con el polizón a bordo.

Las leyes de la física permiten solo una solución, la carga se tiene que reducir. Los suministros médicos no podían ser tocados, ya que, sin ellos, muchas personas fallecerían en la colonia. La chica tenía que irse, no había otra posibilidad, como la historia nos lo menciona:

“La existencia requiere orden, y había un orden, las leyes de la naturaleza, irrevocables e inmutables. La humanidad puede aprender a usarlas, pero no a cambiarlas. El perímetro de un círculo siempre se calcula igual (pi veces el diámetro) y ninguna ciencia humana puede cambiar eso. La reacción de la sustancia química A con la sustancia química B en las condiciones C, invariablemente producirán D. La ley de la gravedad es una ecuación rígida, y no hace distinción entre la caída de una hoja y un poderoso sistema binario… Las leyes han existido, y el universo se ha movido de acuerdo a ellas… Los hombres de la frontera desde hace mucho tiempo aprendieron la amarga futilidad de maldecir a las fuerzas que los destruyen, para las fuerzas estaban ciegos y sordos; la inutilidad de mirar a los cielos por piedad, para las estrellas de la galaxia, el hacer su recorrido de varios millones de años, inexorablemente controlado, ya que las leyes no conocen el odio ni la compasión. Los hombres de la frontera sabían… h cantidad de combustible no dará poder a la EDS con una masa m + X con seguridad de alcanzar su destino. Para el piloto (El de la EDS) y su hermano y padres, ella era una dulce niña con rostro adolescente; para las leyes de la naturaleza el X, el miembro no deseado en una ecuación fría.”

No hubo rescate hollywoodesco de último minuto para salvar el día, así que ella fue expulsada del EDS. El piloto se sintió terrible acerca de ello, sí, pero simplemente no tenía alternativa:

“Una ecuación fría está balanceada y él estaba solo en la unidad. Algo deforme y feo estaba frente a él… pero la nave vacía estaba viva aún con la pequeña presencia de una niña que nada sabía acerca de las fuerzas que la mataron, sin odio ni malicia.”

Al igual que en gran parte de la ciencia-ficción moderna, HG Wells (1866-1946) anticipó a Godwin en la indiferencia de la naturaleza hacia las necesidades de la humanidad en su historia corta (1899) “La Estrella”. Allí leemos de la proximidad de una masa enorme, un planeta errante de las profundidades del espacio, y que se sumerge en el Sistema Solar. Al colisionar con Neptuno “el calor de la contusión había vuelto incontinentemente dos globos sólidos en una vasta masa de incandescencia”. Entonces, perturbada por la gravedad de Júpiter, esta nueva ‘estrella’ flamígera parece estar en curso de colisión a la Tierra. Un “Maestro Matemático” que ha calculado la nueva órbita de la estrella declara que “El hombre ha vivido en vano”. Pero estaba equivocado, pasa muy cerca, y la humanidad sobrevive. De hecho, para los astrónomos marcianos que habían observado el casi fatal desastre desde lejos, poco parece haber cambiado. Como la última frase de Wells expresa de manera inquietante la indiferencia de la naturaleza, la indiferente evaluación de los marcianos “Solo muestra cuan pequeña puede parecer la más extensa de las catástrofes humanas, a una distancia de unos cuantos millones de millas”.

Ocho décadas después, el autor de ciencia ficción, editor y crítico Algis Budrys (1931 – 2008) afirmó que los escritores que habían llegado después de Wells habían aprendido bien la lección de “La Estrella”. Tal como lo escribió en una sus tantas columnas de reseña de libros, “El aspecto esencial (En la ciencia ficción moderna) es el efecto en el pensamiento humano del descubrimiento fundamental de que al universo no le importa, así de simple. No hay forma de derogar o enmendar las leyes físicas. Ricos, pobres, santos y profanos, todos estamos sujetos al hambre, la sed, el dolor y la muerte… Y aun así, cuan atractivo es pensar que simplemente podemos desplegar la actitud adecuada que podría modificar el universo. Es una esperanza que de alguna manera no podemos abandonar. “ Budrys nunca menciona la religión, los milagros o Dios en esa columna, pero es difícil creer que no pensaba en ellos cuando lo escribió.

El universo es un lugar violento. Cuando mucha gente piensa en “El fin del mundo” lo primero que en la mayoría de los casos viene a la mente es una imagen nuclear. Una guerra de ese tipo sería terrible, desde luego, pero es algo pequeño si lo comparamos con lo que puede hacer el universo simplemente siguiendo las leyes de la física. Empecemos con algo ‘pequeño’, solo imaginemos que podría hacer una roca de 15 kilómetros de diámetro impactando en nuestro planeta, a digamos, 80,000 km/h. De hecho, ha sucedido, en numerosas ocasiones, en el pasado. La última vez, hace 65 millones de años, aproximadamente, eliminó a los dinosaurios para siempre. Y a mayor escala, tenemos un escenario como el descrito en “La Estrella”. Una colisión como esa suena realmente mal, pero al menos lo veríamos venir y, quizás, equipados con la tecnología suficientemente adecuada, podríamos hacer algo al respecto (Se lo que piensan y no, no enviaríamos a los perforadores de PEMEX o alguno similar, definitivamente). Sin embargo, el universo tiene peores posibilidades.

Las supernovas o los estallidos de rayos gamma (Una estrella masiva que alcanza el final de su vida de fusión ya no es capaz de soportar por sí misma la contracción gravitacional, así que colapsa ya sea en una estrella de neutrones o en un agujero negro), liberando en un destello más energía que la irradiada por el Sol en toda su existencia. Si algo así pasara ‘cerca’ de la Tierra (Donde ‘cerca’ significa varios miles de años-luz de distancia) entonces podríamos quedar literalmente tostados. Y eso no lo veríamos venir, dado que la energía irradiada de estas asombrosas explosiones viaja a la velocidad de la luz. Solo pensemos, una monstruosa onda de energía como esa podría estar a solo dos segundos-luz de la Tierra en este momento y todos estaríamos muertos antes de terminar de leer esta oración. ¿Suena como disparates o ciencia ficción?

No, no es así, y eventos como ese suceden en el universo en este momento. Se estima que existen más de cien mil millones de galaxias (Nuestra Vía Láctea es solo una), en el universo observable, cada una con cientos de miles de millones de estrellas. En promedio, una de esas estrellas en cada galaxia será una supernova en cada siglo. Esto es solo un promedio y, de hecho, la última supernova observada en la Vía Láctea fue hace cinco siglos y a muchos años-luz de distancia. Quizá un siglo no parezca mucho, pero, trabajando con valores promedio de aritmética simple podemos concluir que hay 30 supernovas cada segundo en el universo. ¡Eso es más de mil millones de supernovas al año! ¿Ahora si están asombrados? Si, lo sé, es una estimación, pero, para acabar con la vida en la Tierra, bastaría que una de esas se presentara en, digamos, a 2,000 años-luz. No lo veríamos venir (Y ese podría ser un regalo final de la deidad suprema – Dado que, para esta entidad, a través de las leyes de la naturaleza – sería como encender un cerillo).

Otro tratamiento sutil de la idea de Wells en “La Estrella” para ‘acercar’ a Dios y Sus leyes de la naturaleza está en la historia “Anomalías” del físico Gregory Benford (1941), publicada en el 2001. Los astrónomos descubren que la Luna está repentinamente fuera de su lugar, demasiado lejos en su órbita “A varios de sus diámetros”. Y las mareas en la Tierra están ligeramente fuera de lugar también. La comunidad científica está perpleja hasta sospechar que lo sucedido es un “error cósmico” en el cómputo lógico del estado del universo. Como uno de los personajes expresa “¿Dios es un matemático sangriento?” Sin embargo, tal como una buena computadora, el universo tiene una capacidad de corrección de errores y la Luna pronto regresa a donde tiene que estar. Se puede decir que esta historia tiene un resultado duradero: La fundación de un nuevo campo académico, La Teología Empírica.

Lo que creo que Banford estaba insinuando, era que las ‘frías’ leyes y reglas de Godwin y la filosofía ‘fría’ de Newton fueron creadas por un ser supremo, que a partir de entonces permanece oculto a nosotros y simplemente permite que todo los demás ocurra ‘naturalmente’ en conformidad con esas leyes y reglas. Y, de hecho, no tengo ningún problema real con ese punto de vista, sino que podría agregar simplemente que esa ‘entidad suprema’ puede entonces ‘conocerse’ solo a través de esas leyes y normas, y siendo así, definitivamente, solo aquellas leyes y reglas (Las que denominamos como Naturaleza) las que me interesan.

Estoy de acuerdo con uno de los personajes de la novela “Proyecto Papa” de Clifford Simak (1904 – 1988) publicada en 1981, quien se ve involucrado en la búsqueda de la localización física del Cielo. En un punto, ella rechaza la idea de que pueda existir un ‘país de las maravillas’ que no necesite el tiempo y el espacio, y presumiblemente sin la mano firme de las leyes físicas que les acompañan (Permítanme enfatizar esto).

Un analista que seguramente estaría en desacuerdo con Simak (Y conmigo, claro está) en este comentario sería el teólogo seglar (Y posteriormente Profesor de Literatura Medieval y Renacentista en la Universidad de Cambridge) CS Lewis (1898 – 1963). Lewis sostenía que las leyes naturales podrían existir muy bien con lo que él denominó como ‘intervenciones’ ocasionales de Dios, cuando son requeridas (Por ejemplo) para realizar un milagro. Sin embargo, para muchos científicos (No puedo afirmar que a todos) el verdadero milagro es justamente lo opuesto a lo que Lewis clamaba: Las leyes naturales conocidas al parecer se aplican en todas partes en el universo observable, todo el tiempo, sin excepciones. El descubrimiento de una violación simple podría garantizar un Premio Nobel y no creo que alguien este encubriendo algo así.

Sospecho que incluso Lewis habría puesto distancia con la tesis descrita en la historia escrita en 1982 por Hilbert Schenk (1926) “La Teología del Agua”, en la cual las propiedades físicas del agua difieren de un lugar a otro en el universo, convirtiéndose en lo que requiere la humanidad para florecer en cada sitio. Por ejemplo, en Titán (Satélite de Saturno), el agua no se congela a 0°C, sino a una temperatura diferente porque así ‘funciona mejor’ para los humanos presentes en Titán. Una presunción de este tipo es tan amplia que creo que incluso Lewis pensaría que Dios habría enloquecido al haber configurado las cosas de esa manera, para que se produzcan este tipo de ‘milagros’ continuamente en todo el universo.

Calvin and Hobbes (c) 1991 Watterson.
Calvin and Hobbes (c) 1991 Watterson.

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